Todos lo sabemos: el de las putas, es el oficio más antiguo del mundo. Los seres humanos encontramos un inmenso placer en la reproducción, algo diseñado para que se perpetuara la especie. ¿Pero cómo se practicaba este trabajo en la antigüedad?
Los primeros reportes sobre el comercio del sexo datan del siglo XIII a.C, donde ya se hablaba del intercambio de favores entre hombre y mujer como un oficio regulado con sus propias leyes. La oferta y la demanda eran algo demasiado grande y común como para dejar el asunto oculto en un oscuro rincón, como si no existiera en realidad.
Las putas vistas como diosas
En Babilonia iban más allá y veían la prostitución como algo divino, asociado a las deidades femeninas. El sexo era el camino directo hacia la felicidad y no veían nada malo en que una mujer vendiera su cuerpo; al contrario, la castidad se consideraba innecesaria y mal vista. El historiador y viajero griego Herodoto dijo al respecto: «la costumbre babilonia más infame es la de que toda mujer se prostituya una vez en la vida con algún forastero».
En la Antigua Roma, el libertinaje respecto a la putas era todavía mayor. En un lugar difícil en el que las mujeres necesitaban mantener su castidad a toda costa, parecía que las únicas dos salidas para prosperar eran el matrimonio o la prostitución.
Las meretrices perdían sus derechos como ciudadanas en cuanto se sumergían en el negocio del sexo, algo que no podían ocultar porque necesitaban un permiso llamado licentia stupri para ejercer. No podían casarse con hombres libres y no podían redactar ni recibir herencias. Por lo demás, las autoridades estaban dispuestas a mirar hacia otro lado con algo que, en la mayoría de las ocasiones, era un acuerdo voluntario entre personas conscientes. Las prostitutas atraían clientes desde las puertas y escaparates de los burdeles, vestidas con ropas sugerentes y sosteniendo lámparas iluminadas con forma de falo.
No había práctica sexual que no se llevara a cabo en la Antigua Roma. Incluso algunas que hoy se consideraban parafilias en nuestra sociedad eran practicadas alegremente y sin estigma alguno. El sexo oral, aunque se consideraba repugnante dentro de la decencia del hogar, era uno de los placeres más reclamados en el amor de pago; incluso había prostitutas especializadas en felaciones, que llegaban a atender a más de cincuenta hombres por noche. Las relaciones entre las putas y sus clientes no siempre tenían que realizarse dentro de los burdeles, sino que se llevaban a cabo en termas, callejones, teatros e incluso en templos. También había meretrices que se dedicaban solo a atender las necesidades sexuales de los viajeros que estaban de paso por el Imperio y que eran conocidas como forariae.
Para las putas romanas, la manera más fácil y económica de ejercer su oficio era en plena calle, lo que las eximía de pagar el correspondiente impuesto obligatorio. Muchas taberneras también ofrecían servicios sexuales además de realizar su trabajo sirviendo queso, carne o vino.
Las escorts de lujo no son algo de esta era, sino que también existían en la Antigua Roma. Al igual que ahora, se trataba de mujeres más hermosas, refinadas y que partían de una situación mucho menos desesperada que la de las putas que ejercían en la calle o en los burdeles. Se conocían como delicatae y atendían a senadores, comerciantes, generales y hombres ricos de todo tipo. Sus vidas eran más acomodadas y seguras y lo tenían más fácil para casarse.
Para las autoridades era importante separar a las mujeres decentes de las prostitutas; por eso, las rameras del Imperio tenían que vestir y arreglarse de una determinada manera. No podían llevar el cabello recogido ni vestir túnicas largas, tenían que desplazarse siempre a pie y no se les permitía mezclarse con el resto de creyentes en los templos.
Aunque siempre había estigmas y problemas, podemos decir que la prostitución estaba bien vista, como si fuera un mal necesario que preservaba la decencia de los hogares y que satisfacía una necesidad de la que era imposible escapar.
Es famoso uno de los textos de la época, destinado a los recién llegados y que explicaba el concepto de la prostitución en Roma:
«“Nada te impide ir a casa del proxeneta ni comprar lo que está en venta… Siempre que no te aventures por un territorio privado, que no toques a una mujer casada, a una viuda, a una virgen, a un joven o a niños que son libres de nacimiento ¡ama a quién quieras!”
En la próxima entrada seguiremos hablando de las putas y la historia.